Comentario
Consecuencia de la depresión fue la contracción del comercio exterior. Esta contracción no resulta difícil de entender si se considera que la falta de recursos monetarios impedía la compra de productos extranjeros y por tanto de las importaciones. Por otra parte, sin una producción industrial competitiva y sin excedentes de los productos ultramarinos, no se podía vender ni exportar al extranjero. Al cortarse el tráfico comercial con América, que constituía aproximadamente el 50 por ciento de las exportaciones españolas, éstas se redujeron drásticamente. Las balanzas de comercio de 1792 y de 1827, estudiadas por J. Fontana, muestran esta disminución del volumen del tráfico exterior en general, que se reduce, para el caso de América al orden de la décima parte, y para el de Europa, aproximadamente al de un tercio.
Además, hay que tener en cuenta el contrabando, no contemplado naturalmente en las balanzas españolas, y cuya consideración hace aún más desfavorable nuestro equilibrio en el comercio exterior. El comercio de contrabando había alcanzado en España unas cotas importantes a finales del siglo XVIII, pero cuando creció verdaderamente fue durante el primer tercio del siglo XIX. Las potencias más industrializadas de Europa buscaban nuevos mercados donde colocar sus productos y España ofrecía un indudable atractivo por su numerosa población y por el hecho de que era un país con una industria muy pobre y que, además, había sido destrozado por las calamidades de la guerra de la Independencia. Existía un obstáculo importante: las barreras proteccionistas que trataban de evitar la entrada de productos extranjeros con el objeto de reconstruir sus centros de producción y de fomentar la riqueza española. Pero esa dificultad iba a ser superada mediante el recurso a los cauces que tradicionalmente había utilizado el comercio ilícito y que ahora iban a permitir la entrada masiva de mercancías procedentes de otros países, sin que las autoridades encargadas de vigilar este tráfico pudiesen hacer mucho para evitarlo.
Este comercio se realizaba a través de la frontera de los Pirineos, por cuyos intrincados pasos y desfiladeros transcurrían las mercancías que, procedentes de Francia, se distribuían por el norte del país, especialmente por Cataluña; por la frontera de Portugal, y fundamentalmente desde Gibraltar, que en esta época se convirtió en una auténtica plataforma desde la que los productos procedentes de Gran Bretaña y de otros países se distribuían por el sur y el levante de la Península. El primer ministro inglés, Lord Palmerston, respondiendo a las protestas de las autoridades españolas, justificaba este comercio fraudulento por las leyes fiscales existentes en el país que impedían las exportaciones legales desde Gran Bretaña. Aunque durante la guerra de la Independencia se había facilitado la concesión de exenciones especiales a los aliados ingleses, quienes pudieron introducir sus mercancías en la España que iba quedando liberada del dominio francés, el restablecimiento de la Monarquía de Fernando VII reinstauró también la política arancelaria anterior a la guerra. Ahora bien, si no iba a permitirse que las exportaciones británicas circulasen libremente en España, éstas lo harían de forma ilegal. Durante el Trienio Constitucional, el nuevo arancel de 5 de octubre de 1820, mantuvo en líneas generales la política proteccionista, y lo mismo sucedió durante la última década del reinado de Fernando VII, sobre todo con respecto a las importaciones de las manufacturas de algodón que quedaron totalmente prohibidas en virtud de la presión de los fabricantes catalanes.
Las cifras el contrabando de Gibraltar nos pueden dar una idea aproximada del volumen general de este tráfico ilícito en comparación con lo que suponían las importaciones. Según los libros que recogen las exportaciones inglesas a todo el mundo (Ledgers of Exports), las mercancías que Gran Bretaña exportó oficialmente a España en 1828 alcanzaron un valor de 337.923 libras esterlinas. Ese mismo año, Gran Bretaña exportó a Gibraltar mercancías por valor de 1.025.705 libras esterlinas. Excepto una pequeña parte de estas mercancías, que iban a parar al norte de Africa, el resto se introducía en España a través del contrabando. En un informe que redactó el diplomático francés Charles de Boislecomte, en misión en España durante aquellos años, se incluyen algunas cifras del contrabando que otros países introducían en España. Para el año 1825, mientras que los Países Bajos exportaron oficialmente en España mercancías por valor de 3.090.000 francos, por Gibraltar introdujeron productos por valor de 4.000.000 de francos. Los Estados Unidos, en ese mismo año, exportaron oficialmente a España productos por valor de 1.434.000 francos, y de contrabando introdujeron mercancías por valor de 9.464.000 francos. El tabaco, los productos manufacturados de lana, lino y, sobre todo, de algodón, fueron los que alcanzaron una mayor cuantía. En lo que respecta al contrabando inglés desde Gibraltar, las mercancías de algodón representaban aproximadamente el 50 por ciento del total.
Las cantidades son suficientemente reveladoras de un fenómeno que cobró una gran importancia en estos años y que no podemos ignorar a la hora de analizar el comercio exterior español.